De Nadie Somos - Mex Urtizberea
No es una cuestión personal, sino impersonal. El mundo no da la cara. Nos atienden contestadores automáticos que nos pasean por laberintos sonoros sin nombres ni apellidos, y a eso se le llama atención al cliente. No es una cuestión personal. Ojalá lo fuera. El mundo no se da a conocer personalmente. Son invisibles las manos que manejan los mercados del mundo y que pueden hacer tambalear una economía. Son nombres anónimos los que operan en el sistema financiero mundial y pueden perjudicar o hacer enriquecer a unos u otros. No sabemos quién decide las cosas realmente, a quién ir a discutirle cara a cara, como caballeros. No es una cuestión personal, sino impersonal. Incluso las guerras son impersonales: los soldados no tienen bandera, son mercenarios que pueden pelear por algo o por lo contrario, según quién les ofrezca un sueldo. No sabemos quiénes son los dueños de las cosas. Un día son unos, otro día son otros, o los dos fusionados. No lo sabemos. El patrón con nombre y apellido a quien golpearle la puerta para sentarse a conversar sobre lo que podría mejorarse poco a poco va dejando de existir y, en su lugar (un lugar que no sabemos cuál es, pues no conocemos su despacho, ni siquiera sabemos dónde lo tiene, si lo tiene), encontramos entes o representantes o alguien que se limita a decir: “La orden viene de arriba”. No sabemos verdaderamente quién está arriba. No es una cuestión personal, sino impersonal. No son personas las que reciben nuestras quejas, sino libros de queja. Los gustos personales quedan reducidos a anónimos puntos de rating. Se conoce a las personas por las estadísticas, que a veces es igual a no conocerlas. (“La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno”, decía George Bernard Shaw.) Nos atienden como reyes cuando quieren vendernos algo, pero tenemos que mendigar atención cuando tenemos un problema. No es una cuestión personal, sino impersonal. No conocemos las caras de quienes realmente manejan el destino del mundo. No la muestran abiertamente (pero no aceptamos que un piquetero no muestre la de él cuando hace su reclamo callejero con un pañuelo que se la cubre parcialmente). No es una cuestión personal, pero hay mucho que perder en un mundo en que las relaciones personales se desdibujan, en el que nadie quiere dar la cara, en el que no podemos discutir mirándonos a los ojos ni llamar a las cosas por su nombre, porque no hay un nombre y apellido a quien llamar. Es una cuestión impersonal: un mundo que es invisible cuando le conviene, escondido detrás de sí mismo y su complejísimo sistema de funcionamiento, que se adueña de nosotros, mientras tenemos la desoladora sensación de que no somos de nadie.
Por Mex Urtizberea
Para LA NACION