LIBERALISMO, LIBERTAD Y CONTROLES
El liberalismo se incubó en el advenimiento de la corriente filosófica de los utilitaristas en el Siglo XVII en Inglaterra y el pensamiento de David Hume, su figura fundadora. La idea de liberalismo responde en sus orígenes a la necesidad que plantea de limitar el poder de las monarquías absolutas en la creencia de que, ampliando la base de voluntades que intervinieran en la toma de las decisiones sobre aspectos que importaban a la vida de los súbditos en su totalidad, podrían conformarse mejor los intereses y necesidades de mayor cantidad de personas, ya que no de todos ni completamente. Esta idea aparece como un camino a recorrer a lo largo del cual se irían obteniendo concesiones por parte del poder monárquico, ya que el pensamiento de Hume no manifiesta, hasta donde se, intenciones de aplicar métodos violentos para la consecución de estos cambios. Cuando se hablaba por entonces de ideas y actitudes liberales el concepto se refería al aspecto político, ya que la actividad política era desconocida entonces como práctica social y si había alguna, se desenvolvía en ámbitos ciertamente reducidos, marginales, cuando no francamente clandestinos por resultar subversivos del orden absolutista imperante.
O sea que el liberalismo conlleva en su nacimiento la idea de libertad. Libertad de un poder que comenzaba a parecer –y lo era- excesivo. Libertad en un sentido amplio en cuanto a su universo de aplicación. El pensamiento utilitarista enuncia que ya que resulta imposible conseguir la felicidad para todos (el concepto de utopía no se había acuñado aún), hay que conseguirla para la mayor cantidad posible de individuos.
El pensamiento, es evidente, comenzaba a sentirse incómodo en el brete del poder absoluto y necesitaba espacio de libertad para seguir creciendo...para seguir, pensando. Esto no obstante que para la época la monarquía inglesa ya había concedido la carta de derechos y gobernaba con un parlamento que si bien tenía facultades muy recortadas, debatía los asuntos del estado. No ocurría esto por cierto en los regímenes de otros países de Europa, donde los monarcas reinaban sin la intervención de ningún órgano deliberativo.
En este contexto, me permito asociar las ideas de libertad y felicidad, dando por sobreentendido que ninguna felicidad es posible sin el goce de la libertad. Libertad de pensar, de disponer, incluso, de la propia persona y de la propia hacienda, de las cuales el monarca absoluto era también dueño y señor. Pero no encuentro aún en esta etapa ninguna referencia a lo económico. Nadie discutía aún sobre que el progreso económico tuviera como destinatario a la sociedad en su conjunto.
Al fin de cuentas, cinco siglos atrás, las prioridades eran bastante claras; claras, digo, en función de la facilidad con que podían explicarse. La idea de libertad era en estado puro, tan puro que se manifestaba en el estado de cosa en sí, sin categorías de ninguna especie. Esta idea de libertad comienza a edificarse sobre el concepto de la delegación de autoridad. Se trataba de que el monarca delegara parte de su autoridad en el pueblo y este a su vez, en sus representantes que eran quienes en su nombre y representación intervendrían en los negocios del gobierno.
LIBERTAD CON CONTROL, ¿UN OXIMORO?
Me pregunto si el término LIBERTAD con toda su carga ontológica, semántica y conceptual puede definir las relaciones en el mundo por sí misma. Intentaré aclararme. Si como pensamos hoy la libertad es un bien, el más preciado –conjuntamente con el de la vida- al que el hombre pueda aspirar, sin el cual la esta no merece la pena de ser vivida, es posible que, como todo bien, sea escaso como para ser gozada por todos. Cuando digo esto, lo que intento decir parafraseando a George Orwell en su Rebelión en la Granja, es que probablemente en nuestra sociedad capitalista y global todos somos libres (iguales), pero algunos son mas libres (iguales) que otros.
¿En qué se transforma –por ejemplo- la libertad de viajar por el mundo, para quien no tiene siquiera lo suficiente para acceder al transporte público y trasladarse dentro de la ciudad en la que vive? Hay un territorio inmenso de la libertad que muchísimas personas nunca han podido transitar. Existen infinidad de derechos universalmente proclamados con solemnidad, que la abrumadora mayoría de las personas no pueden ejercer. Aún los más elementales como alimentarse, educarse, cuidar su salud (física, intelectual y espiritual) e inclusive el derecho a la vida, el más elemental y sagrado de todos, sin el cual todos los demás pierden su razón de ser. En este mundo LIBERAL, ¿cuántos de nosotros somos aceptablemente libres? Y aclaro lo de aceptablemente porque en este contexto de libertad, hay una medida de esa libertad que está determinada por circunstancias que no siempre el sujeto controla por sí mismo. Para que la idea de libertad tenga sentido, no basta con proclamar que el ser humano es libre, debe sentirse libre y poder ejercer sus libertades. Para que un derecho se verifique en la realidad, ese derecho debe poder ser gozado. No veo la utilidad de tener una fortuna en una caja fuerte de la que no tengo la llave.
La sociedad de consumo ofrece por todos los medios bienes (intelectuales, culturales, de consumo, etc.) que están cada día más fuera del alcance de mayor cantidad de personas. Es menos libre hoy que hace cien años quien no puede acceder a la salud, la educación, la vivienda digna y, en general, a un estilo de vida acorde con lo que “el progreso” exhibe permanentemente. Es más analfabeto hoy que hace treinta años el que, además de no saber leer y escribir, no tiene acceso –ni espera tenerlo- a las nuevas tecnologías que mueven el mundo. Quien no puede acceder a estos instrumentos queda colocado automáticamente al margen de la marcha del mundo, se convierte en marginal.
No me parece racional que en la era de la tecnología, la comunicación, la ciencia y la libertad económica, haya millones de seres humanos que mueren de hambre o son asesinados por los países poderosos que, con pretextos groseros, invaden su territorio apoderándose de sus recursos naturales para seguir produciendo y consumiendo.
Ser libre hoy no es lo mismo que ser libres en épocas de David Hume. Para reconocernos como seres libres necesitamos que ciertas condiciones se verifiquen cuantitativa y cualitativamente en la realidad. Para eso, debe existir una instancia de poder que nivele las diferencias que se producen debido a las desigualdades que resultan de las diferencias de habilidad y oportunidades de las que disponen los seres humanos. ¿Sería sensato pensar en un mundo donde todos los individuos fueran igualmente ricos? Aun considerando que todos tuviéramos las mismas oportunidades, no todos tenemos las mismas habilidades, por lo cual el resultado será, necesariamente, diferente. De modo que, pensándolo desde este ángulo, los términos LIBERTAD y CONTROL no solo no me parecen contradictorios, sino necesariamente complementarios. Claro que si hablamos de LA LIBERTAD y no de libertad. LA LIBERTAD para todos, y no para unos pocos que, aún al precio del hambre de millones de personas, se sienten con libertad para quedarse con el resultado del esfuerzo común solo porque son más fuertes, inteligentes o pegan primero y más duro. En consecuencia, no creo que ciertos controles en la distribución del producto social sea incompatible con el ejercicio del liberalismo y menos aún de la libertad.
¿TENEMOS UNA VERDADERA EXPERIENCIA LIBERAL Y MARXISTA?
En el terreno de la realidad, acepto que las diferencias entre los individuos existen. No es verdad que todos los seres humanos somos iguales; es en parte de esa ficción que resultó el fracaso de la experiencia histórica del comunismo, única por ahora en la historia capaz de oponerse al capitalismo liberal que, sin su adversario en pie, ha devenido salvaje. Es en función de esas diferencias que algunos individuos logran cosas diferentes en cantidades diferentes y tienen, por lo tanto, vidas diferentes. Lo que no acepto es que la concentración del producto económico en menos manos resulte cada vez más desmesurada. No es en esto en lo que pensó Adam Smith. Él fue el fundador de la economía política -no de la mucho más pedestre política económica- y si en su obra Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, sostuvo que la riqueza de un país no puede mantenerse estacionaria porque así no se logran mejores salarios, no fue pensando en que la mayoría de esos salarios no alcanzaran para cubrir siquiera las necesidades vitales de los asalariados. Pensó que el Estado debía abstenerse de intervenir en la economía ya que si los hombres actuaban libremente en la búsqueda de su propio interés, habría una mano invisible que convertiría sus esfuerzos en beneficios para todos. ¿Hoy suena utópico, verdad? La mano invisible se mueve, pero en el sentido contrario y por ahora nada ni nadie la detiene.
Como ya lo he dicho antes, no es el liberalismo como idea o como construcción intelectual lo que pongo en cuestión, es la praxis que la política hace de él.
Tampoco pensó Carl Marx en que una aristocracia de partido suplantara a la burguesía en el goce absoluto del fruto del trabajo colectivo como creador de riqueza. Pensó en qué forma podía librarse al proletariado de la carga de un trabajo de cuyo producto no era dueño, un trabajo totalmente enajenado (ajeno) del sujeto (el proletario) que es quien lleva a cabo el esfuerzo físico. Incluso pensó en la alienación de la burguesía. Burgueses alienados ¿de qué, de quién?: alienados de sí mismos.
Nos equivocamos al creer que Marx se sentó a pensar el comunismo. Marx comenzó a pensar en la necesidad de cambios dentro del sistema capitalista, pero admiraba al capitalismo como el único sistema capaz de producir cambios constantes. No en vano su obra temprana, Apuntes Económicos y Filosóficos, no fue conocida por el pueblo en la órbita soviética sino hacia el final del régimen, que se ocupó muy bien de censurarla en sus épocas de apogeo.
Fue avanzando en su pensamiento cuando dedujo que la solución, el cambio, no podía darse en el marco del capitalismo porque el sistema capitalista es, dedujo, parte y causa del problema. No es el pensamiento de Marx, en este aspecto, el que pongo en tela de juicio, sino, una vez más, la praxis que de sus teorías ejerció la clase política que durante más de setenta años administró el bloque soviético, con tanto apego al pensamiento de Marx como el capitalismo al de Adam Smith.
¿Quién o qué determina la “justa distribución de la riqueza” (tan proclamada por políticos cuya lengua se mueve hacia la izquierda mientras su mano va por la derecha) generada en un planeta propiedad de todos, pero que es usado como proveeduría por algunos? ¿Hay alguien, grupo o individuo, que pueda hacerlo todo sin la limitación y escrutinio de instancias de poder que impongan regulaciones sobre las voluntades de individuos o sectores que han acumulado volúmenes exorbitantes de dinero y, consecuentemente, de poder?
Si algo queda claro es que el principal bien que compra el dinero abundante es PODER. Cuanto más dinero se tiene, mas poder se controla. Sería casi romántico pensar que individuos que han acumulado cantidades de riqueza cuya sola mención produce vértigo, sigan luchando por multiplicar sus fortunas para utilizarlas en comprar bienes fungibles. Esas personas poseen ya todas las cosas que el dinero puede comprar y la seguridad de poder seguir comprando más por generaciones, aún cuando se cruzaran de brazos y dejaran de producir ganancias. Lo que nunca es suficiente es la cantidad y calidad del poder que se controla. Y en este punto, la ambición no tiene techo. El poder nos equipara con Dios, que termina siendo a imagen y semejanza del hombre
Creo que muy posiblemente, cuando emerjamos de la crisis por la que estamos atravesando en estos días, deberemos buscar algún tipo de respuesta a esta cuestión.
El liberalismo económico –sobre todo el denominado neo liberalismo surgido de la unipolaridad ideológica en que el mundo quedó sumido desde la caída política del socialismo- sostiene que el mercado lo regula todo y todo lo nivela. Habrá que definir términos como “todo”, “regulación”, “nivelación” y en qué sentido se producen –o deberían producirse- esas acciones. ¿Puede la máxima instancia de decisiones que nos afectan a todos estar orientada exclusivamente por el concepto de rentabilidad? Probado durante la década de 1990 que el llamado efecto derrame no se produce, lo único que se ha conseguido hasta ahora con la falta de regulaciones elevada a la categoría de dogma, es colocar la riqueza (y por ende el poder de decisión, diseño y realización del mundo) en pocas, poquísimas manos.
Es posible que el efecto más radical de esta crisis sea, probablemente, una concentración mayor. Porque en estos trances en que se producen pérdidas por cifras que causan (al menos me causan a mi) vértigo, algunos pocos se quedan con lo que otros muchos pierden. El dinero que los bancos retuvieron a los ahorristas en 2001 durante la crisis de la Argentina ¿fue quemado como si se tratara de billetes sacados de circulación? No lo creo. Alguien(es) que no son sus propietarios originales, quirografarios y legítimos de esos dineros, los cambiaron de mano. Y tengo para mí que ahora, en los países desarrollados, acaba de ocurrir lo mismo. En esta época signada por la tecnología, muy poco es el dinero que “se tiene” físicamente. En general lo que tenemos son papeles con algo de un poder simbólico que mantienen mientras no queda en evidencia que son solo eso, papeles, y que no están respaldados por riqueza concreta alguna. No importa que se trate de papel moneda (dólares, euros o yenes), títulos de deuda pública emitidos por estados nacionales (en crisis como tales) o grandes corporaciones financieras transnacionales, acciones representativas de capitales societarios que se volatilizan de la noche a la mañana, porque lo que se está haciendo es dinero utilizando el dinero mismo como materia prima y en la actualidad al dinero no hace falta siquiera ocultarlo para sustraerlo de la vista de la sociedad, porque como ha pasado a ser un fantasma que circula en “La Red” a través de transferencias electrónicas, con que no aparezca es suficiente. El dinero ha pasado de ser algo que se tiene a ser algo de lo que se habla. Esto parecerá arcaico seguramente a juicio de los genios de las finanzas contemporáneas, pero es así y estamos viéndolo. ¿Existe realmente el dinero en las cantidades de que se habla, o es otro espejismo de la posmodernidad y en el momento del “habeas corpus” el dinero no aparece porque no está?
Fue la falta de controles en los paraísos del liberalismo elevada a la categoría de dogma religioso lo que permitió que una mañana el mundo desarrollado se despertara con la noticia de que miles de billones se habían hecho humo...y no porque nadie los hubiera incinerado.
YO NO SOY BUEN MOZO NI LO PUEDO SER
A algunos de ustedes que no me conocen quiero decirles que no soy filósofo, sociólogo y no tengo siquiera título universitario. Tampoco me considero un pensador. No vivo de pensar, pero vivo pensando. Tengo algún recorrido por algunos textos, siempre de manera asistemática y hasta anárquica. No pretendo inducirlos a pensar que mi intención es dar cátedra. Solo trato de compartir una reflexión a partir de acontecimientos que, en mayor o menor medida van a afectarnos a todos.
No creo en lo personal en la “muerte del capitalismo”. Tampoco creo que haya muerto el marxismo como consecuencia del colapso político sufrido a finales del siglo pasado.
Tengo la esperanza de que lo que se está produciendo sea una crisis profunda del capitalismo que lo obligue a re-pensarse para sobrevivir. Después de todo lo que estamos viendo es una brutal intervención de los Estados para superar el derrumbe que ha causado con su actitud prescindente. Esta intervención de salvataje de empresas por parte de los estados, inyectando cifras siderales de dineros públicos para evitar la debacle, no es gratuita. Llegó la hora de pagar la fiesta de décadas de dejar hacer, y como ya sabemos, la cuenta de la confitería la pagaremos también los que no estuvimos invitados a la fiesta o no quisimos participar de ella.
Lo mismo espero del pensamiento de izquierda. Superado el cataclismo de hace dos décadas, espero que se esté re-pensando y sea capaz de producir la masa crítica indispensable para el equilibrio del mundo.
Hay intelectuales que no han bajado los brazos y han seguido pensando el marxismo sin amedrentarse ante el derrumbe político. Si los políticos de izquierda los leen y los escuchan, el pensamiento de izquierda resurgirá en el mundo como consecuencia de esta catástrofe inocultable del capitalismo y de la propia autocrítica. Entonces, es probable que cierto equilibrio se restablezca en el mundo.
Nunca adherí a ningún “ismo”. Lo último que aprendí es a no ser tampoco un “anti”. Eso me ha costado muchas críticas. Se me considera un provocador, un desapasionado, un frívolo, un perezoso intelectual, un hombre de derecha, un hombre de izquierda, un tibio, y más, mucho más, hasta el etcétera.
Tengo para mí que no hay nada tan difícil como someter a crítica lo que se ama y lo que se odia. Cuando nos enamoramos u odiamos un sistema o una ideología, nos privamos de la necesaria objetividad para pensar. Si no admitimos que cualquier construcción humana es perfectible e insistimos en imponer una solución basada en este o aquél dogma, lo que hacemos es poner nuestro pensamiento en un brete, en un corral. Tendremos que encontrar una instancia superadora de todo lo conocido, porque lo que nos muestra la realidad en que vivimos es que las inequidades e iniquidades en que hemos caído son de tal magnitud, que la propia sociedad en que vivimos se está tornando inviable.
Los seres humanos somos –entre otras cosas- entes deseantes. El deseo es el motor que nos impulsa a obrar en todos los sentidos. Tendremos que encontrar una instancia donde queden contenidas las necesidades y los deseos de la mayoría. Si no atendemos a esta necesidad urgentemente, terminaremos devorándonos unos a otros. Tengo la esperanza de que la solución venga del lado de la razón, porque si no, vendrá como resultado de más violencia. Rechazo la violencia de tal modo que no puedo pensarla. Es un límite que no puedo sortear. Tal vez porque la historia que conozco es fundamentalmente la historia de la violencia humana y el mundo está donde está (y no me gusta donde ni como está el mundo), creo que es ese el nivel de inmanencia desde el que debemos partir para pensar. Milenios de violencia no han hecho un mundo mejor. ¿Si probamos con la razón?
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