Segunda Invocación de Cromañón
Mientras afuera el aire y el suelo ardían igual que hace dos años, el treinta de diciembre la temperatura, mi neurosis por las multitudes y mi molicie, me mantenían encerrado en mi casa, inmóvil, permanente espectador boquiabierto. Reconcentrado en mis pensamientos y en mis preguntas inútiles, continuaba ajeno al mundo que ocurría afuera; el mundo siempre ocurre afuera mientras yo, causalmente, estoy adentro. ¿Qué me preguntaba esta vez? Muchas eran las preguntas, todas en torno a ese acontecimiento catastrófico y criminal del que todavía la justicia no ha dado respuesta a los argentinos a quienes cada tanto, como quien no quiere la cosa pero la cosa ocurre, nos matan a los jóvenes.
Igual que como nos matan a los niños, o al menos a sus neuronas, con el azote brutal del hambre inexplicable, inconcebible, inexcusable. Al igual que nos matan a los hombres, mujeres y ancian@s con el arma certera de la indignidad de la marginación, el analfabetismo y la falta de horizontes.
Cuando el mundo es para unos pocos ya no es mundo: es páramo. Nuestra sociedad –o parte de ella- ahíta de consumo e indiferencia, contempla como Nerón el fuego y no se inmuta. Vemos como unos pocos se cargan a la espalda la responsabilidad de todos, pero seguimos teniendo calor, o frío; y seguimos acumulando kilos y pereza y en lugar de salir, nos encerramos y nos cercamos de aire... acondicionado.
¿Dónde habrá quedado todo lo que después de Cromañón no hemos vuelto a ver, a palpar, a oír? Tal vez haya un lugar suficientemente inmenso como para almacenar tanta juventud y tanta gana; tanto baile trunco y tanta risa; tanto futuro, tanto; y tanto no entender y tanto llanto; tanto prejuicio, tanto despilfarro. Incalificable despilfarro, de lo mas preciado y permanente; de lo mas inhallable y mas escaso; de lo mas inocente y necesario. Si alguien conoce el lugar que me lo diga. Tal vez un día pierda algunos kilos, la fiaca y el calor, y me deje llegar hasta el lugar donde se fueron, tantas vidas en flor, tanto deseo. El calor, amig@s mi@s me ha tenido, subsistiendo como una turbina espectorante. Por eso recién hoy, el dos de enero, he salido a lloriquear sin ser llamado. Porque este lloriqueo nada vale; el treinta de diciembre ya pasó, y yo estaba encerrado. El dolor se aloja en otra parte: amasijo de humo y fuego, indiferencia, sangre y media sombra.
Me queda todavía el espectáculo. La TV , oportuna como nunca, nos mostrará “transformaciones” de los rostros devastados por el fuego y la canalla, capa de impunidad de funcionarios corruptos y cínicos sicarios. Todo se vende, todo se transforma. Todo a su tiempo y armoniosamente que en el verano el hastío va empujando. Todo a su tiempo y armoniosamente, manda mi general de rostro afable y sonrisa refulgente. Todo a su tiempo, menos la vergüenza.
Jorge Jaurena
Enero 2007
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