Somos Todos Cartoneros - por Silvia Bleichmar
Ahora todos somos cartoneros. Tras la chatarra que nos dejó un modelo económico impiadoso, habrá que diferenciar lo que debemos reciclar de lo que abandonaremos definitivamente.
Acabado el país de la convertibilidad, ha comenzado el país del reciclaje. Los restos de esa etapa en la cual se nos quiso convencer de que entrábamos al primer mundo, o que, incluso, ya formábamos parte de él, se acabaron, dejando el país sembrado de computadoras de última generación, coches de todos los nortes, mortadelas y quesos italianos, mollejas tóxicas americanas, galletitas francesas y españolas, budines alemanes, medias suizas, y hasta botellitas de agua mineral francesas que vinieron a relevar aquellas producidas en nuestras termas mendocinas o cordobesas, y cuyos restos siguen hoy ocupando un lugar remarcado en las góndolas semivacías de los supermercados, ya que no pueden ser devueltas a sus países de origen ni vendidas al precio que supuestamente fue pagado. Para los pobres con ilusión consumista, los "todo por dos pesos" mantuvieron en los bordes pauperizados de la población las vajillas chinas y los yesos coreanos que algunos despistados creen que no sirven para nada, pero que llenan sin embargo el hambre de objetos con los cuales el sistema económico incrementa constantemente la ilusión de paliar el vacío de futuro y la ausencia de gratificación moral a la cual la sociedad civil se ve condenada.Y estos pequeños goces que nos dimos, estas migajas del verdadero festín que transcurría en otros espacios, disfrutados por otros, usufructuados por otros, nos impidieron tal vez reaccionar a tiempo, reclamar a tiempo, enojarnos a tiempo, para no convertirnos en los espectadores pasivos del verdadero saqueo al cual fuimos sometidos. Porque el borde mismo de la ciudad, en esa zona en la cual el Riachuelo se une al nunca mejor definido que hasta ahora "cinturón del gran Buenos Aires" en el cual se estrechan diariamente las hebillas millones de personas, frente al galpón en el cual se alimentó la ilusión del país inmigrante que desembocó durante años en esta tierra y que ahora se lleva hacia fuera los restos pauperizados de su descendencia, se levantan los edificios que reflejan el atardecer porteño con sus vidrios espejados, en los cuales no hay ni pintura descascarada ni ennegrecimiento por descuido, porque en ellos anida un pulmotor invertido que bombea todo el oxígeno hacia el exterior, que envía cotidianamente la sangre y los nervios de los habitantes de lo que alguna vez nos acostumbramos a considerar como Nuestro País. Y esos edificios del nunca mejor denominado que ahora, territorio de la City, fueron el predio desde el cual se evacuó, a lo largo de estos años, todo el dinero, dejando algunas propinas importantes en los socios criollos, muchos de ellos —es cierto— votados por nosotros mismos, mientras gastábamos las monedas en las góndolas repletas de la ilusión de que éramos un poquito menos pobres. Y en la enorme montaña de chatarra en la cual de golpe se constituyó el país, chatarra de impresoras que pueden quedar sin cartuchos de tinta que no podremos pagar, o de autos cuyos repuestos ya no podremos importar, o de productos recargables inhabilitados, chatarra a la cual la inventiva nacional encontrará un destino, y que arreglaremos como siempre con tuercas que soñamos con comenzar nuevamente a producir, y con alambres que no queremos importar, y con piolines que alguien tendrá la paciencia de ovillar, habrá que diferenciar aquello que debemos reciclar de lo que debemos abandonar definitivamente en los basurales. Y para ello no sólo tendremos que apelar a toda la inventiva, sino también a toda nuestra ética, a la recuperación de nuestras esperanzas históricas, a la reconformación de los enunciados que quedaron sepultados y que no pueden retornar tal cual, pero que merecen ser recuperados, porque anida en ellos lo mejor de nosotros mismos.Deberemos reciclar los conceptos de solidaridad y de justicia, y por supuesto, de mayor equidad, y también deberemos reciclar el derecho a una generación que viva no sólo tan bien como sus padres sino aún mejor. Deberemos reciclar el ideal de progreso, porque indudablemente si esto fue el fin de una historia, no puede ello ser confundido con "El Fin de la Historia", ya que esta historia recién recomienza en el punto en el cual fue aniquilada, y no sólo metafóricamente sino de manera factual, destruyendo a lo mejor de una generación que anhelaba un proyecto diferente. Deberemos reciclar el derecho de todos los niños del país a tener escuelas dignas, y por supuesto, de los viejos a tener medicamentos. Deberemos reciclar la obligación moral de no dejar abandonadas a las generaciones anteriores ni desproteger a las que nos suceden, de considerar cada vida humana como valiosa y a su muerte como una tragedia, en virtud de lo cual deberemos también reciclar ciertos principios de convivencia por los cuales si los laboratorios y las grandes droguerías no entregan medicamentos sabiendo que su acción no sólo subordina la moral a la economía sino que el lucro que ejercen es homicida, deberán ser plausibles de penalización no económica sino criminal, y de recibir la condena de toda la sociedad. Curar heridas. Deberemos reciclar el derecho a ser enterrados dignamente en un país donde fue ya una bendición a lo largo de estos años que los cuerpos no desaparecieran, e incluso que fueran encontrados los restos mutilados de los seres queridos, pero en el cual aún los muertos de la pobreza deben esperar varios días porque las obras sociales no pagan a las funerarias y éstas se han desentendido del hecho de que su tarea no es sólo un negocio más sino una función social que existe desde los comienzos mismos de la humanidad. Por lo cual deberemos reciclar el profundo horror que producen las muertes arbitrarias y los cuerpos insepultos, y reciclar la vieja idea de que las fuerzas públicas están para protegernos y no para matarnos y balear a nuestros hijos, o para dirigir las bandas delictivas más importantes del país. Deberemos reciclar la idea de que la Justicia es un bien público, y que su corrupción se va infiltrando a través del cuerpo social en su conjunto, y que si hoy los niños de todos los sectores sociales roban en la escuela es porque sus padres no les han dicho durante años "eso me mata de vergüenza" sino que le han propuesto el enunciado más pragmático que se ha escuchado a lo largo del país: "mirá que te pueden agarrar" —enunciado que constituye la versión más cotidiana de la famosa frase espetada por una ministra a otro funcionario: "firmá que es excarcelable"—. Deberemos reciclar la idea de que no basta con no robar por dos años sino para siempre, y que el Congreso de la Nación no puede estar lleno de gente procesada por malversación o enriquecimiento ilícito, y que si aún los seguimos votando es porque nos hemos resignado al mal menor, pero que tenemos derecho a reciclar la vieja idea de que queremos el bien mayor. Y también deberemos reciclar la vergüenza de los políticos ante su inmoralidad consciente o no conscientemente ejercida, y ante su ineficacia, y ante su complicidad, y no sólo el reconocimiento de su inoperancia sino la profunda conmoción que debería agitarlos a partir del sufrimiento que su desidia, complicidad o cobardía ha producido en el conjunto de aquellos que deben representar. Y deberemos reciclar el derecho a oponernos bajo los medios más evidentes a todo intento de emplear los modos indirectos de la democracia representativa para hacer exactamente lo contrario a lo que se dijo que se iba a hacer, y para no tolerar la sonrisa pícara de un ex-presidente —que es también un ex-presidiario— que está esperando con placer que fracasen todos los planes de salvataje en este país para demostrar que él era corrupto pero que ahora estamos peor, lo cual es la muestra de miserabilidad política más terrible que se pueda ejercer. Y también deberemos reciclar el derecho a pedirles a los actuales gobernantes que no nos vuelvan a ocultar la realidad como si fuéramos Un País de Jardín de Infantes, porque ya hemos demostrado que somos adultos y que no estamos dispuestos a que nos engañen como niños. Pero sobre todo deberemos reciclar la idea que viene haciéndose cada vez más fuerte y que se expresa de múltiples maneras de que la clase política no puede simplemente aplicar un vendaje sobre un cuerpo social que no deja de supurar, y que es necesario que genere un drenaje para que sus miembros corruptos, incapaces, mediocres, imposibilitados moral o intelectualmente de abandonar sus viejas componendas y sus pequeñísimas alianzas de encubrimiento que les permite el sostenimiento del poder personal y de casta, dejen de seguir siendo considerados compañeros de camino en esta Historia.
Silvia Bleichmar. Psicoanalista.
Este texto conforma el Capítulo 9 del libro "Dolor País"
Fuente: Clarín.com
1 Comments:
Hace bastante que dejé de leer el Clarín porque me asqueó la manera desvergonzada en la que tergiversaba, ocultaba o resaltaba, según su conveniencia, las noticias. No sé en qué parte del diario salió esta nota, pero me alegra mucho haberme enterado de ella. No sólo por coincidir con las ideas expuestas sino, fundamentalmente, por su publicación.
Tenemos que recuperar nuestros valores. Porque más allá de lo que nos quieren hacer creer, aún están latentes en nosotros. A partir de ellos podremos discutir nuestro futuro y construirlo. Pero para esto necesitamos compromiso individual. No dejar vacíos los espacios de participación, como por ejemplo no votar en blanco.
Gabriela
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